Publicado: noviembre 3, 2019

Nuestro homenaje a WALTHER TABORDA

Yo te vi, negrito. Te vi, a mí no me lo contaron. Primero en Wham, ese bar de la calle Sarmiento que no sé por qué te gustaba. Después ya era Francia, o Bélgica, o Suiza. Y ni hablar de Italia. Yo te vi: estábamos en algún festival  de historietas o en alguna librería y vos dibujabas sobre esa página en blanco que se reserva en un libro para la dédicace, la dedicatoria que los lectores europeos tanto aprecian. Pero vos no les hacías un dibujito lineal y una firmita, no. Vos les dedicabas una trabajadísima ilustración del personaje o la escena del libro que te pedía cada lector, te tomabas casi media hora con cada uno, mientras los editores o los libreros se desesperaban porque la fila frente a tu mesa o tu stand se hacía más y más larga y avanzaba demasiado lentamente para sus deseos comerciales. 

Pero a vos qué te importaba… Estabas en tu mundo, y yo vi las caras de esos franceses, suizos o lo que fueran, mirándote trabajar con admiración por tu arte y con emoción por tu entrega. Yo los vi, negrito: no podían creer que les regalaras tanto, tanto… Y como tus tiempos eran tanto más largos que los de cualquier evento de firma de libros, terminabas llevándote quince o veinte ejemplares al hotel para cumplir con todos los lectores que habían comprado tu libro y no habían logrado llegar hasta vos para la dédicace. Mientras yo salía a recorrer la noche del lugar donde estuviéramos, vos te quedabas en tu habitación dibujando hasta cualquier hora, feliz y pleno porque no le ibas a fallar a tus lectores. Era simple el asunto: los lectores te amaban por el amor que vos les demostrabas.

Ilustración para póster promocional de la serie sobre Malvinas
Afiche de firma de ejemplares en Orléans, Francia.

Yo te vi también derrochando esa generosidad con tus alumnos. Muchas veces diste clases gratuitamente, pero aun en cursos pagos lo tuyo era regalo puro: el tiempo extra que le dedicabas a cada alumno, tus consejos, incluso tu prodigalidad en brindarles datos “secretos” sobre editoriales o posibilidades de trabajo (lo que tantos ocultan en este oficio)… Lo dabas todo. 

¿Que eras un genio, dicen por ahí? Sí, ya sé, qué novedad… Y un estudioso, por cierto: tu formación era monumental. Pero eso lo ve cualquiera. Lo que vi yo es lo que me parece más importante: tu timidez comunicándote, con tu broken english o tu casi inexistente francés, con esos lectores de Paris, Saint Malo, Liège, Bruselas, Ginebra… 

Una timidez nacida de la incredulidad: “¿Qué hace acá en Europa el negrito Taborda de San Fernando?”, parecías preguntarte todo el tiempo. “¿Por qué me tratan tan bien? Yo solo estoy haciendo mis dibujitos…”. No es que no supieras el tremendo artista que eras. Pero nunca te la terminaste de creer, nunca te subiste a ningún estúpido pedestal. Yo te vi.

Ya sé, en estas líneas no hice un análisis de tu obra ni elaboré el exhaustivo catálogo de tus realizaciones. Pero, ¿sabés qué?: el que quiera conocer acerca de tu obra, que te googlee. Yo prefiero recordarte en la noche de Roma, en el Ristorante Al Vecchio Gazometro, adonde nos invitaron a cenar los lectores tanos: esa risa tuya y ese placer por todo lo que estaba sucediendo —bromas, comida a granel, reconocimiento, amistad abierta—, pero más que nada tu sonrisa en las pausas del entusiasmo, esos dos o tres momentos en que, en medio de la euforia italiana, te vi como separándote por un segundo del entorno para regresar a tu mundo íntimo y asentir sonriendo a una conjunción perfecta de tiempo, espacio y fascinación. Una sonrisa serena y a la vez maravillada. Una sonrisa de “A los 16 años decidí este camino… y parece que era así, nomás”. 

Yo te vi, negrito querido. Y ese verbo en pasado es difícil de tragar.

Néstor Barron

Portada de Un Paradís Distant.
Portada de Think Tank.
Portada de Cero Buenos Aires.
Portada de Big Bill Est Mort

Compartilo con quien quieras!